Se respiraba una tranquilidad que hacía que la sensacion que iba surgiendo de mi fuera cada vez mas intensa. Me negaba a pensar que me estaba enamorando, y me convencía de lo contrario. Busque en la frescura del nacimiento de un río remedio para apagar el sentimiento que empezaba a fluir de mis palabras. Intente emborracharme de la belleza de los lagos de aquel lugar para apagar el fuego que empezaba a arder en mi interior, pero todo era en vano, me estaba enamorando. Mirarla con aquel traje blanco a la luz de una luna llena o bajo un cielo estrellado, a solas junto a ella declarándole mi amor, empezaba a convertirse en un profundo deseo. Deseaba convertirme en palabra de amor para surgir de sus labios, ser poeta y con palabras como estas conquistar su corazón.
Camine toda la tarde hasta que la oscuridad me obligo a volver. El sastre incansable continuaba tejiendo aquel deslumbrante vestido blanco que resaltaba tanto su belleza. La noche estuvo envuelta en un fuerte temporal inferior al que se desataba en mi interior cada vez que la miraba, cada vez que pensaba que era inalcanzable, que mi timidez no la conquistaría, que solo sería el sueño de un loco. Poco antes de amanecer la tormenta ceso, dejando paso a una luna llena de plata que apagaba el brillo de las estrella. Bajo este luna idílica, hubiese querido despertarla, pedirla que aceptara mi amor, unir mi vida con la suya para siempre, pero no fui capaz.
A la mañana siguiente el traje estaba terminado, y la montaña lo lucía de forma orgullosa bajo un impresionante cielo azul. Fue entonces cuando me dí cuenta de la locura con que me había enamorado de aquel paisaje, de aquellas impresionantes montañas cubiertas de blanca nieve. También supe en aquel instante que sufriría mucho al lenvantarme cada mañana y saber que ella no estaría allí, que no podría verla, que quizás nunca volvería a tener la ocasión de conquistar su corazón.